La Puerta Dimensional de la Música

La música no fue solo una herramienta para expresarme. Fue el puente. La puerta. Un umbral entre mundos. Cuando me senté por primera vez al piano sin mapa ni partitura, algo dentro de mí se abrió. Lo que sonaba no venía de lo que sabía, sino de lo que recordaba. Era una memoria más antigua que mi nombre.

Al tocar, sentía que no era yo quien elegía las notas. Era como si la música ya existiera y mi tarea fuera simplemente permitirle manifestarse. Y en ese acto de entrega, algo sagrado ocurría: la conexión. No con una idea, ni con una emoción pasajera, sino con una frecuencia que vibraba más allá del tiempo y el espacio.

Comprendí entonces que la música era un lenguaje de la Fuente. Que las notas eran códigos de luz, capaces de abrir puertas que el pensamiento no puede cruzar. Era alquimia en estado puro. Sanación en forma de vibración. Y mi cuerpo, el instrumento para que esa vibración encontrara forma en esta densidad.

La Puerta Dimensional se abría cada vez que la intención era pura. Cada vez que no tocaba para gustar, sino para recordar. Cada vez que dejaba de buscar efecto y me convertía en canal. La música, entonces, dejaba de ser un arte para transformarse en un acto sagrado.

Hoy sé que esa puerta sigue abierta. Que cada concierto auténtico es una ceremonia. Que cada sonido intencionado es una llave. Y que quien escucha con el corazón, también cruza el umbral.

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