El Mito del Esfuerzo

Desde niños nos enseñaron que todo se consigue con esfuerzo. Que si no duele, no vale. Que la recompensa solo llega tras una lucha. Y así, sin darnos cuenta, heredamos un modelo de realidad basado en la fricción, en el desgaste y en la idea de que la vida es una cuesta arriba perpetua.

Este mito fue útil en otra época. Tal vez cuando el ser humano necesitaba sobrevivir en un mundo hostil. Pero hoy, ese paradigma ya no sirve. Porque nos impide fluir con lo que somos. Nos desconecta de la intuición, de la alegría natural del hacer por inspiración. Nos hace creer que cuanto más forzamos, más mérito tiene, aunque estemos yendo en dirección contraria a nuestro verdadero camino.

La Fuente no premia el esfuerzo ciego. Premia la coherencia interna. La fidelidad al llamado. La entrega sin sacrificio. Porque el verdadero esfuerzo no es el que te rompe, sino el que te afina. Es la dedicación silenciosa que brota del amor, no del miedo al fracaso.

Durante mucho tiempo caí en esa trampa. Me forzaba a demostrar mi valor. A lograr algo para que los demás me vieran. Pero cuanto más me forzaba, más me alejaba de mí. Hasta que comprendí que todo lo que era auténtico en mí, no venía del esfuerzo… sino de la rendición.

Rendirme no significó rendición ante la vida, sino alinearme con ella. Comprender que cuando fluyo con lo que me habita, todo se ordena. Que el universo no necesita mis logros, sino mi presencia. Y que el único mérito verdadero es ser fiel a uno mismo.

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