Cuando el Alma mira al mundo, no lo juzga ni lo clasifica. No lo divide en correcto o incorrecto, en éxito o fracaso. Simplemente lo contempla desde la presencia, reconociendo en cada experiencia una oportunidad para recordar su verdadera naturaleza.
Durante mucho tiempo creí que debía cambiar el mundo. Luchar contra las injusticias, transformar los sistemas, educar a los demás. Pero esa mirada nacía desde la carencia, desde la herida que no había sanado en mí. El alma no lucha. Irradia. Ilumina sin imponer.
La mirada del alma no excluye la sombra. La integra. Ve el dolor sin necesidad de maquillarlo, pero también sin engancharse en él. Es una mirada compasiva, capaz de sostener sin ahogarse, de estar presente sin absorber el sufrimiento de los demás.
Al mirar con el alma, comprendí que lo importante no era lo que ocurría fuera, sino cómo lo vivía por dentro. El cambio empieza en la percepción. Y cuando esta se alinea con la Fuente, la realidad exterior comienza a reconfigurarse por resonancia.
Hoy sigo caminando el mundo con los ojos del alma abiertos. No siempre lo consigo, pero cuando lo logro, todo cobra sentido. Incluso lo más simple se vuelve sagrado. Incluso el silencio habla. Incluso el caos es un gesto de orden escondido.