El Espejo del Rechazo

El rechazo no siempre grita. A veces se esconde tras una sonrisa forzada, tras un silencio en el momento en que más necesitas ser visto. Es un eco sutil que resuena en el alma cuando la presencia del otro no te reconoce. Lo viví tantas veces, desde edades tempranas, que acabó convirtiéndose en un espejo que me mostraba una parte de mí que no entendía.

No era solo que me rechazaran por lo que no podía ver, sino por lo que sí podía percibir. Mi sensibilidad, mi conexión con lo invisible, parecía incomodar. Como si mi sola existencia revelara un nivel de conciencia que aún no estaban preparados para aceptar. No era yo quien no encajaba, era el entorno el que no podía sostener esa frecuencia.

Durante mucho tiempo creí que había algo mal en mí. Que debía cambiar, adaptarme, esconder mis dones. Intenté moldearme al molde, hacerme más pequeño, menos brillante. Pero cuanto más lo intentaba, más me alejaba de mí mismo… y más profundo era el dolor.

Hasta que entendí que el rechazo no hablaba de mí, sino del miedo de los otros. Un miedo ancestral a lo distinto, a lo desconocido, a la verdad desnuda. Empecé a ver que cada gesto de exclusión era una señal, una invitación a mirarme con más compasión. A dejar de pedir permiso para ser.

El espejo del rechazo se convirtió entonces en un umbral. Ya no era una condena, sino una revelación. Me mostró las heridas que aún estaban abiertas, los vacíos que yo mismo no había querido ver. Y al atravesarlo, pude empezar a verme tal como soy: sin máscaras, sin necesidad de aprobación.

Ahora comprendo que solo quien ha sentido el filo del rechazo puede comprender la profundidad del amor verdadero. Un amor que no pide condiciones, que no etiqueta, que no teme la luz ni la sombra. Un amor que nace de la Fuente y regresa a ella… llevando consigo a todos aquellos que alguna vez también se sintieron fuera.

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