Esta frase, tan sencilla como potente, encierra una de las leyes más profundas del universo. Atraemos no aquello que deseamos desde la mente, sino lo que vibra dentro de nosotros a nivel profundo: nuestras creencias, heridas, miedos, y también nuestros dones, nuestra luz, nuestro amor. Todo lo que aparece en nuestra vida externa es un espejo de nuestro mundo interno.
Cuando vivimos situaciones repetitivas, relaciones conflictivas o injusticias, no se trata de culpabilidad, sino de oportunidad. El universo nos muestra, una y otra vez, aquello que debemos mirar, integrar o transformar. No para castigarnos, sino para ofrecernos la posibilidad de recordar quiénes somos realmente.
Al comprender que somos co-creadores de nuestra realidad, dejamos de sentirnos víctimas de las circunstancias. Recuperamos el poder. Y no se trata de un poder externo, sino del poder interno de la coherencia: cuando lo que pensamos, sentimos y hacemos está alineado con nuestra verdad esencial.
La atracción ocurre en un nivel vibracional. Si sostenemos internamente una frecuencia de escasez, de abandono o de lucha, eso es lo que atraeremos. Pero si vamos sanando nuestras capas internas y conectamos con la confianza, el amor propio y la abundancia interior, entonces nuestra vida comenzará a reflejar esa nueva vibración.
Atraemos lo que somos... pero también podemos elegir en quién queremos convertirnos. Y desde esa decisión profunda, la realidad se reorganiza. Porque todo lo que está fuera, responde a la frecuencia del alma que despierta.