El Libre Albedrío como Clave del Respeto

Durante mucho tiempo confundí el amor con la intervención. Creí que ayudar al otro era intervenir en su proceso, mostrarle lo que yo veía con claridad, empujar suavemente sus sombras hacia la luz. Lo hacía con buena intención, con empatía, con entrega. Pero aprendí, a través del dolor y la distancia que se generaba, que incluso la luz puede herir cuando irrumpe sin ser llamada.

El libre albedrío no es un concepto filosófico abstracto. Es una ley profunda del alma. Es la manifestación del respeto que la Fuente tiene por cada chispa de conciencia. Y nosotros, si de verdad estamos alineados con esa Fuente, no podemos transgredir esa ley sin desconectarnos de su vibración esencial.

Me di cuenta de que cuando trataba de transformar la oscuridad del otro —por compasión, por visión, por impulso de justicia— sin que él lo pidiera, estaba actuando desde una herida mía: la necesidad de que el otro cambiara para yo sentirme en paz. No era amor. Era miedo disfrazado de luz.

Aprendí que el verdadero respeto es dejar que el otro elija su camino, incluso si se aleja, incluso si cae. Porque el alma aprende no solo a través de la luz, sino también a través de la experiencia, de la sombra, del error. Y que solo cuando alguien pide ayuda desde su interior, se abre una puerta legítima para compartir nuestra visión.

Hoy comprendo que la irradiación silenciosa es más poderosa que mil discursos. Que ser ejemplo, vivir en coherencia y ofrecer nuestro campo de presencia es una forma de respeto superior. No por pasividad, sino por confianza: la confianza de que la Fuente guía a cada ser a su ritmo, y que nuestro papel no es intervenir, sino estar disponibles, vibrar en verdad… y esperar con amor.

Así, el libre albedrío se revela como la base sagrada del respeto. No hay verdadera Unidad sin libertad. No hay evolución real sin la aceptación del ritmo del otro. Y no hay amor si no aprendemos primero a soltar el control y confiar en el Misterio.

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